sábado, 1 de julio de 2017

Cactus

Se ha acabado el curso. Ayer se fueron los profesores de vacaciones. En un cole desierto es raro trabajar. Los niños, sus maestros, el personal de servicio, las familias, los eventos, los murales, los accidentes, los exámenes, el patio... llena de vida y de sentido lo que ahora es solo un edificio. El final de curso es siempre una mezcla entre alivio y nostalgia. Alivio porque, para el que aun no se lo crea, ser profesor es una profesión que absorbe toda la energía que uno puede llegar a generar. Nostalgia porque esos niños con quienes has convivido un año (o tres, en mi caso) dejan de ser "tuyos". 

Con las despedidas siempre llegan muestras de agradecimiento y cariño de los alumnos y sus familias a los profesores. Siempre es reconfortante saber que todo lo que has dado por un niño es valorado por su familia. 

Este año, uno de mis alumnos me entregó un cactus y una carta que decía así:

A mi querida señorita:Ser un buen profesor es como ser un buen jardinero. Hay que ser pacientes, optimistas y ver el potencial de cada semilla. Dar en el momento necesario agua, o preguntarse constantemente, ¿Qué necesita esta plantita?, para así verles crecer y florecer. A veces, tienen que prestar más atención a los que les está costando crecer, sacar una pequeña raíz, quitar alguna hierba y con su amor ayudar a que florezcan.En ocasiones los jardineros que pusieron tanto empeño, no pueden llegar a ver si florecieron o no. Las plantas pasarán a otro jardinero que siga su desarrollo, pero la semilla llevará todo el amor que recibió de ese jardinero y nunca lo olvidará.Siempre se ha dicho que Dios nos expresa su amor a través de las plantas, con sus hermosas flores. Para disfrutar de su belleza, nosotros solo debemos cuidarlas, aunque de manera constante, pero sabemos la “receta” agua, luz, tierra, y a veces, algún abono más fuerte. Sus colores, olores y pétalos hacen valer la pena, el trabajo con las que las cuidamos.Aún así, hay flores que tardan mucho en salir y las condiciones para que florezcan, no son las mismas que el resto de las plantas. No necesitan la misma cantidad de luz, ni agua, ni la misma tierra, no obstante, son capaces de florecer y maravillarnos con su belleza.

De vez en cuando, nos toca ayudar a crecer a un cactus. Pero lo maravilloso de ser “buen jardinero”, es confiar en que la flor saldrá, y que, con amor constante, Dios nos regalará la flor. Esa flor que nos demostrará, que ha valido la pena las veces que nos pinchamos tratando de cambiarle la tierra o las veces que parecía que, aunque sabíamos que tenía sed, no aceptaba el agua, o las veces que tuvimos que moverla para que encontrara su lugar. Este pequeño cactus, tiene un corazón que hará, que esa flor, convierta a su jardín en el más hermoso de todos, y tú, querida profesora, has ayudado. Con tu entrega, paciencia, amor, optimismo, cariño y vocación, has podido ver más allá de los pinchos. Gracias. Gracias, porque él ha sentido tu amor y le has ayudado muchísimo a quitar espinas, que al final son solo hojas que se han secado para poder sobrevivir en condiciones complejas. Tú has preparado todo para que esa flor salga, y ya empezamos a ver los botones. Tenlo por seguro que, aunque otros “jardineros vengan”, ese amor que le has dado lo llevará siempre en su corazón.

Gracias Debbie y familia por vuestra confianza, vuestra cercanía, vuestra implicación, por estas palabras. Gracias por creer que mis manos son buenas para cuidar de vuestros hijos. Gracias por el amor que ellos me han regalado. Gracias por dejarme ser parte de vuestra preciosa familia.

El año que viene, me aseguraré que los jardineros del colegio hagan florecer a cada uno de los cactus de nuestro maravilloso jardín.