lunes, 19 de octubre de 2015

Sin condiciones

Los padres quieren a sus hijos sin condiciones, o así debería de ser. Del mismo modo, los maestros educan a sus alumnos sin condiciones, o así debería de ser. Me refiero a no poner condiciones en el amor. Sean como sean, el amor debe ser el motor que impulsa a padres y maestros a llevar a cabo su labor educativa. Es algo que nace de lo más profundo de la vocación.


El otro día una amiga me leyó una historia que logró ponerme la piel de gallina:
Hace muchos años, un día como otro cualquiera, un niño llegó a casa y le dio a su mamá una nota: "mi maestro me dio esta nota para ti y me dijo que no la abriera bajo ningún concepto; que te la entregara".
La madre leyó la nota en silencio. Al terminar tenía los ojos llenos de lágrimas. El niño le preguntó:- Mamá, ¿por qué lloras?- Tu maestro me ha escrito esto: "Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros ni recursos suficientes para enseñarle, por lo que deberá educarle usted en casa".
Y así fue. Muchos años después la madre de Edison falleció. Años más tarde, aquel niño convertido en hombre estaba revolviendo las cosas que tenía guardadas de su madre y encontró un papel doblado. Lo cogió y lo abrió. En el papel estaba escrito "Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela." Paralizado, lloró por horas. Más tarde escribió en su diario:
"Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero gracias a una madre heroica se convirtió el el genio del siglo."

Y es que ese amor sin condiciones que nos ofrecen las personas que tenemos por referentes y que despierta sentimientos de seguridad y confianza en uno mismo, son el impulso y la compañía que los niños necesitan para su desarrollo integral. La influencia que ejerció esta mujer en el autoconcepto de su hijo fue tan poderosa que consiguió encontrar un genio en alguien a quien otros rechazaban por falta de capacidades.

Si la reacción de la madre hubiera sido la de revelar la verdad a su hijo o trasladarle sus miedos y frustraciones, probablemente sólo habría logrado hacer realidad aquello que ponía en la carta: un hijo mentalmente enfermo, desmotivado, sin autoestima y con un concepto de sí mismo negativo y de incompetencia.


Una inyección de confianza ciega y de creencia en los niños es la mejor vacuna contra los retos y las metas que parecen más imposibles. Si creemos de verdad en las habilidades, las capacidades y las virtudes de los niños, con toda certeza se materializaran de un modo u otro.

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