lunes, 13 de junio de 2016

El bien llama al bien

Todos conocemos aquello de "cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad". 

  
Un día, una amiga de las buenas me dijo algo así como "el bien llama al bien". Y es verdad. Las palabras que expresamos (o pensamos) viajan a nuestro inconsciente, haciendo mella en él. Se extienden sobre nuestra autoestima o la imagen que los demás tienen de nosotros, llegando a convertirse en creencias sobre uno mismo o sobre la vida que, ya como adultos, para bien o para mal, son dificilísimas de cambiar. 

Obviamente, si el bien llama al bien, el mal llama al mal. Así, todos los pesimismos, las inseguridades, la falta de confianza son pequeños lastres que vamos añadiendo a una mochila van forjando un carácter que a través del desarrollo de nuestra vida, mágicamente, se convierte en realidad.

El niño que constantemente cree que no puede leer (que quizá sea verdad porque no es su momento madurativo) terminará por no hacerlo o hacerlo con más dificultad que otros niños de su edad. El que no deja de repetir que la comida del cole no le gusta, acaba aborreciendo platos ante los que nunca había tenido ninguna queja. El niño que insiste en que él siempre juega solo, lo asume como única vía de entretenimiento en el patio y deja de esforzarse por buscar compañía. 

La cosa se intensifica cuando estos pensamientos se comparten con los demás, porque entonces esa idea se hace presente en su mente e invita a etiquetar a las personas en base a estos pensamientos.


Por suerte, cuando las creencias son positivas y somos capaces de encontrar un motivo valioso por el que luchar o atreverse, la recompensa es inmensa. Hay mil maneras de decir las cosas (buenas y malas) de forma constructiva.

Como siempre, educar con el ejemplo. De nada vale decir cosas buenas, hay que practicarlas.

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