domingo, 19 de febrero de 2017

¡Qué no!

¡Qué no estaba muerta! ¡Qué no!


Me fui sin darme cuenta. Sin despedirme. Con la seguridad que volvería y ha llegado el día. 

Tener un blog "activo" es sinónimo de disponer de mucho tiempo y/o de dedicarte a él profesionalmente. Durante unos meses, podríamos decir que he estado entregando mi tiempo a otras prioridades y como, de momento, Pasito de Gigante no me da de comer, llegó una pausa en mis posts sin premeditación ni alevosía; simplemente eso un descanso hasta saber cómo robarle tiempo al tiempo.

Decido volver porque hay algo en mi corazón, como en el de Chavela Vargas, que "se muere por volver". Porque la educación me apasiona, porque el contacto con los niños me llena, porque enseñar me enriquece y me hace exigente, porque buscar lo mejor en (y para) los demás es buscarlo en (y para) uno mismo. Porque tengo la suerte de vivir de mi vocación.

Eso sí, me propongo que sea una vuelta menos teórica y más práctica. Ser profesora de primaria me ha hecho vivir nuevas situaciones y descubrir otras necesidades educativas distintas a las de la etapa de infantil, complementándolas. Por eso, intentaré explicaros mis vivencias como maestra, como tutora, como educadora... con ejemplos prácticos de casos reales. Situaciones que nos pueden ayudar a todos a actuar para sacar lo mejor de cada uno.

Dicho y hecho.

La semana pasada fui con mis alumnos de 1º de primaria a una residencia de la tercera edad dentro del programa de acción social que desarrolla el colegio. Vamos una vez al trimestre desde el año pasado y, aunque parezca mentira, los niños y los abuelitos van creando algunos vínculos. 



Es llamativo ver las caras de los pequeños ante personas mayores y con problemas de distinta índole y envergadura (sordera, alzheimer, ceguera, invalidez, problemas psiquiátricos...). Lejos de lo que podamos esperar, con toda naturalidad, se ponen a jugar con ellos al bingo, al dominó o a hacer pulseras. Regalan besos y brindan su ayuda de manera espontánea. Quieren saber qué les pasa o por qué gritan. Preguntan la edad sin ningún reparo y miran las galletas de la merienda fijamente hasta que consiguen que las compartan con ellos.

Los niños ven a la vejez muy lejana. Les resulta inconcebible ponerse en su piel; no obstante, se sienten queridos por unas personas que, a pesar de ser "mayores", son delicadas y dependientes. Esto despierta en ellos la necesidad de querer y de ayudar.

Inculcar en los pequeños la virtud de la caridad es sencillo y es fácil que prevalezca en ellos el día de mañana. Desde un punto de vista egoísta, a los que ahora somos adultos nos interesa. Desde un punto de vista educativo, educar en valores y virtudes significa dar pasitos de gigante para hacer del mundo un lugar mejor.


Yo, por mi parte, me alegro de estar aquí otra vez.

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