Muchas veces hemos hablado de entornos enriquecidos. No hay entorno más rico que la naturaleza.
Que un niño disfrute de su entorno natural más cercano despierta en él un espíritu curioso que le lleva a experimentar, probar, establecer relaciones causa-efecto que no tienen parangón con lo que puede enseñar un vídeo de "Érase una vez el hombre". Interactuando, los niños construyen su propio aprendizaje y establecen herramientas cognitivas para aprender de forma autónoma.
Si además, podemos permitirnos el lujo de ir al campo, a la montaña, a la playa... entonces estaremos ofreciendo unas experiencias llenas de significado. En el niño surgen una serie de sensaciones que impactan en todos sus sentidos, se despierta su imaginación y sobre todo su felicidad.
Los niños de hoy tienen la vista puesta en las pantallas y sería conveniente que recuperáramos juegos como el de encontrar formas en las nubes, o caminitos de hormigas o plantar una lenteja entre algodones. Los adultos somos principalmente quienes evitamos el contacto de los niños con la naturaleza: la suciedad, las caidas de los árboles, las picaduras de insectos... Pero en lugar de proteger a los niños, estamos desproveyéndolo de un aprendizaje y una experimentación impagable.
Además, estas salidas familiares o escolares llenan su mochila de recuerdos de cosas buenas, interesantes y divertidas, que a la vez son una fuente de aprendizaje para la vida.
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