miércoles, 12 de noviembre de 2014

Querid@s profesor@s:

Me sumo a ellos. 


Yo también quiero dar las gracias a mis profesores. A los buenos y a los no tan buenos. A los que me enseñaron a saber y sobre todo a los que me enseñaron a ser. Doy las gracias a las profesoras que me hicieron disfrutar de mi niñez y a las que exigieron tanto de mi que hasta me amargaron algún que otro día.

Recuerdo muchos nombres, pero hay tres que brillan más que los demás: la Madre Aruora, la Srta. Patricia, y la Srta. Viqui Mauri ocupan mi podio. Los demás están en mi recuerdo y forman parte de lo que soy. Casualmente, o no tanto; las tres me dieron clase antes de que yo cumpliera 10 años. O mejor, las tres me acompañaron de forma especial durante mi primer década.

He tenido buenos profesores en el resto de etapas de mi vida. Muy sabios, o muy cercanos, muy accesibles o muy metódicos. No todos han dejado el mismo rastro. 

Ya de mayor, viendo a otras maestras en ejercicio, pienso el gran recuerdo que se van a llevar los niños de ellas y del cual ellos aún no son conscientes. 



Montessori, como reza el subtítulo de este blog, dice que la mayor señal del éxito de un profesor es poder decir: "Ahora los niños trabajan como si yo no existiera". Yo pongo cada día todo mi empeño en que mis alumnos aprendan conceptos, desarrollen su lenguaje o la pinza, me esfuerzo por que razonen y sepan resolverse en las situaciones más cotidianas, pero mi mayor esfuerzo se dirige a hacer de ellos buenas personas, educadas, responsables, cariñosas, sensatas, conscientes, agradecidas y felices. Si logro que lo reciban y un día lleguen a serlo, les acompañaré siempre en su recuerdo o en su proceder.

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