martes, 10 de marzo de 2015

Qué bien que...

En más de una ocasión hemos hablado del perjuicio que causan las etiquetas en el desarrollo. Muchas veces, los adultos -consciente o inconscientemente- etiquetamos a los niños: "¡qué desastre eres!", "eres un desordenado", "no obedeces nunca a la primera"...

Otras veces las etiquetas vienen de parte de los compañeros de clase: "Fulanito pega", "Menganito es un bebé", "Zutanito se porta mal"... En general se lo suelen oír al adulto y "se quedan con la copla". Otras tantas, sin intención de herir, dicen lo que piensan respecto a alguien o a algo; hasta los 3 o 4 años, lo hacen a la cara, sin vergüenza; a partir de esa edad, empiezan a socializar su lenguaje y a saber que hay cosas que no se pueden decir tal cual. Este proceso se puede alargar hasta los 7 u 8 años.



La verdad es que "olé" con la respuesta. Sólo hay una cosa que no me gusta: al final de todo le pregunta al niño "¿te has mirado al espejo últimamente?". Recurrir al insulto para defenderse es propio de quien no tiene argumentos. Los niños no siempre tienen uno de peso para rebatir, es tarea del adulto que aprendan a encontrarlos o a construirlos.

Mientras sea una cuestión de evolución, debemos dejar que los niños crezcan y maduren para controlar y dominar su interacción con los demás. Sin embargo, el adulto puede dar herramientas a los niños para desarrollar su empatía y sobre todo, la seguridad en uno mismo. Para ello hay que partir del afecto y seguir con el reconocimiento de los valores positivos que tiene cada uno. Es bueno ayudarles a reconocer sus puntos fuertes, pero más aun sus puntos débiles, de manera que puedan centrarse en mejorar y superarse cada día. 

Otro aspecto a trabajar es la motivación y el optimismo. Ambas favorecen la seguridad y la autoestima, cosa que te permite saber qué responder si en te llaman fea. En el cole, una de las actividades que practicamos en la clase es el "Qué bien que...": cada día, cada niño tiene que pensar algo bueno que le ha pasado y compartirlo con los demás. 


En el próximo post veremos el peligro de sobrevalorar a los hijos, ya que como casi todo en la vida, cualquier extremo es malo.

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