lunes, 20 de abril de 2015

Co-razón

Educar con co-razón es el título del libro escrito por José María Toro. Es maestro y actualmente se dedica a la formación del profesorado y a dar conferencias sobre educación y emoción. Su arte para jugar con las palabras hace que el lenguaje se convierta en una fuente infinita de juego y de aprendizaje. Empiezo por el final: 
Tú como maestro no eres responsable de la cara que tienes, pero sí de la que pones. [...] Cuando un niño se te acerca por la mañana, tus ojos son un espejo donde el niño se está mirando [...] La presencia del adulto..., seamos espejos donde los niños puedan ver reflejados lo mejor de sí mismos.



Su apuesta es clara: hagas lo que hagas, hazlo con y por amor. De nada vale el esfuerzo si no hay amor. Y otra más: ¡tiempo! Maestros tortuga y padres caracol. Que aprovechemos el presente, el ahora, el momento para posibilitar que los niños sientan, vivan y experimenten lo que son en cada momento y en el más hondo de su ser. 

Destaca la importancia de las emociones, entendidas como el continente y no como el contenido en el aula. La escuela y los padres tienen que "relajarse" en cuanto a exigencia y a excelencia académica y orientarse más hacia una vivencia personal y de las emociones. Dice textualmente "la programación está al servicio de la vida" y no al revés.


Elaborado por mis Alumnos de P4

Toro ejemplifica, de forma muy graciosa, la manera de vivir el día de la paz en un colegio: se reduce al activismo, manifestaciones, palomas de la paz... que paradójicamente llevan a la tensión y al agotamiento de alumnos y, sobre todo, de maestros por un sinfín de actividades. En lugar de eso recomienda buscar la paz interior, lograr detener nuestro pensamiento y centrarnos en que cada persona que esté en el aula sea capaz de relajarse, de quitar de su mente malos pensamientos, agobios y preocupaciones, de colocar sus ojos en su corazón para dar con una serenidad interior, en su alma, en lo más íntimo de su ser. Esto sí que nos ayudará a celebrar el día de la paz. 

Y no sólo eso, un niño de 9 años (o menos) sabe colocar Neptuno en el Sistema Solar pero no sabe colocar su pena, los celos o el miedo que guarda en el lugar correcto de su corazón. 

Dice el autor que el ser humano tiende a etiquetar lo que es ilimitado, ya que no podemos vivirlo de otra manera: la esencia, lo eterno la divinidad, el infinito... porque lo inasible, si no es desde lo provisional y lo acotado, no se nos hace presente. No obstante, "toda cosa pequeñita, limitada, es eterna e inmensa, como es un niño, que mide 1,20m pero es inmenso por dentro". Liberar al niño de etiquetas supone que lo que hay en su interior, que es infinito, emerja. Las dinámicas de aula que van de fuera hacia dentro, sólo serán válidas si ayudan a sacar lo de dentro hacia afuera, es decir, sacando del alma y del corazón lo mejor de cada uno. Cada niño debe descubrir su propio corazón, para hacerse consciente de todo lo que hay en su interior. 

En el siguiente fragmento de una entrevista, propone como esencial que en el encuentro entre padres, maestros y alumnos debe crearse un vínculo fuerte y comprometido, ya que en las manos de los maestros los padres ponen lo que más quieren en el mundo: sus hijos.


Lograr un encuentro entre el maestro y el alumno, entre maestro y familias y, sobre todo, entre padres e hijos, es generar un vínculo amoroso fruto del cual surge la pedagogía a fuego lento lo que el niño trae dentro. El tiempo es un ingrediente de la receta, si no lo añadimos, no logramos sacar el plato. Igual que antes, el tiempo debe estar al servicio de la vida de los niños y los maestros "¡Qué barbaridad cada 50 minutos una cosa! ¿hay algo en la vida que funcione así?".

¿Preparamos la receta del co-razón?

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