martes, 7 de julio de 2015

Incógnitas

He leído en un post que las rabietas son el resultado de una subida de los índices de adrenalina y cortisol en nuestro cerebro como respuesta a los sentimientos de miedo, angustia, frustración, desvalorización, impotencia, enfado, juicio… que  provoca una reacción emocional descontrolada en los niños.


En el mismo artículo, apuestan por cambiar de paradigma y ofrecer al niño en esos momentos la serenidad que le falta a través de muestras de cariño y poniendo nombre a los sentimientos que está viviendo. También reivindica la importancia de conocer el motivo profundo que causa cada rabieta para evitarlo en el futuro. Además, nos invitan a no reprimir los sentimientos de los niños, si no a ayudarles a expresarlos, poniendo en valor cómo se sienten y por qué.

Estoy de acuerdo hasta cierto punto. 

En primer lugar, las rabietas no siempre son la respuesta a la impotencia o al enfado. A partir de los 3 años, los niños empiezan a "independizarse": buscan su propia identidad e intentan definir su propio yo. Como son pequeños para hacerlo solo a través del lenguaje, a veces recurren a estos mecanismos. En otras ocasiones es una demanda de atención con garantía de éxito.



Por un lado, creo que la sentencia de Supernanny "cuando te calmes, te atiendo" es una de las mejores maneras de enseñar al niño a autocontrolarse. Mostrar indiferencia, que no sentirla, ayuda al niño a cesar en su enfado. Tu a lo tuyo, pasará.

El autocontrol es una habilidad imprescindible en la vida ya que nos permite mantener relaciones sociales estables, desarrollar nuestra personalidad de manera segura y convivir con quienes nos rodean sin que impere el egoísmo. El niño capaz de controlar sus emociones va a lograr conocerlas y conocerse mejor, cosa que le ayudará en su desarrollo.



Es obvio que cuando un niño se pone a patalear en la calle porque quería un coche que se ha olvidado en casa, el motivo profundo de su enfado no es el coche; pueden ser los celos, el estrés que le hemos transmitido para salir de casa, la inseguridad que le genera el hecho de la separación de los papás al llegar al cole... Pero en ese momento, bajo mi punto de vista, no se le debe ofrecer un beso y un abrazo aprobando su comportamiento. La primera reacción del adulto debe ser la que invite al autocontrol. Sin histerismos ni amenazas; con naturalidad y un tono de voz que transmita exigencia comprensiva. Tras el berrinche, cuando el niño ya sea capaz de hablar y razonar (no antes), podemos llamar por su nombre a los nervios o el enfado y preguntarle qué le ha pasado y si se siente mejor.


Siempre es bueno que el niño conozca las consecuencias de sus actos ya que si puede anticipar lo que va a pasar, aprenderá a gestionar mejor sus emociones e impulsos. Así, podemos ayudar a desarrollar esta capacidad de autocontrol que le permita reconocer sus emociones y tratar de expresarlas de otra manera.

Por otro lado, cuando la pataleta se puede detener antes de llegar a su máximo apogeo, es recomendable desviar la atención del niño y centrar su atención en otra cosa evitando ese momento de falta de control. 

Lo mejor para un niño es algo difícil de concretar. El adulto tiene que intentar ofrecerle seguridad y afecto a través de sus conductas y sus acciones en cualquier circunstancia; el cómo dependerá del quién, cuándo, dónde y por qué... Incógnitas...

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