Han venido los Reyes y han dejado muchos regalos... pero ¡¡¡para ser utilizados!!!
Si SSMM se han arriesgado a dejar pintura, plastilina, tijeras o cualquier tipo de manualidad es para que los niños pongan en práctica cualquier habilidad. Los papás tendréis que sentaros y codo con codo, ayudarles a experimentar, a aprender y sobre todo a disfrutar. Es una ocasión para educar en el cuidado por las cosas, en el buen uso de los juguetes nuevos, recoger...
Cuando los niños se van haciendo mayores y descubren la realidad de ese día tan especial, hemos de conseguir que, más allá de elegir personalmente los regalos, valoren el esfuerzo y pongan ilusión en recibir y hacer regalos. Una manera de "justificar" esa mentirijilla me ha llegado en forma de cuento:
Los
Reyes Magos son verdad
Apenas
su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a escucharle como todos
los días lo que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando
ésta en voz algo baja, como con miedo, le dijo:
-
¿Papa?
-
Sí, hija, cuéntame
-
Oye, quiero... que me digas la verdad
-
Claro, hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido
-
Es que... -titubeó Blanca
-
Dime, hija, dime.
-
Papá, ¿existen los Reyes Magos?
El
padre de Blanca se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen
de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo
que le miraba igualmente.
-
Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?
La
nueva pregunta de Blanca le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando
saliva le dijo:
-
¿Y tú qué crees, hija?
-
Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen
porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso.
-
Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...
-
¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis
engañado!
-
No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen
-respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Blanca.
-
Entonces no lo entiendo, papá.
-
Siéntate, Blanquita y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha
llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras señalaba
con la mano el asiento a su lado.
Blanca
se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de
su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la
verdadera historia de los Reyes Magos:
Cuando el Niño Jesús nació, tres Reyes
que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para
adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso
tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor,
dijo:
- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un
niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices
que serían.
- ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una
buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar
regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.
Baltasar, el tercero de los Reyes, que
estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:
- Es verdad que sería fantástico, pero
Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría
muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los
niños. Pero sería tan bonito.
Los tres Reyes se pusieron muy tristes
al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre
cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el
Portal:
- Sois muy buenos, queridos Reyes Magos,
y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso
deseo. Decidme: ¿Qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
- ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes
postrándose de rodillas.
Necesitaríamos millones y millones de
pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa
nuestros regalos, pero, no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.
- No os preocupéis por eso -dijo Dios-.
Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
- ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es
posible? -dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y
admiración.
- Decidme, ¿no es verdad que los pajes
que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.
- Sí, claro, eso es fundamental -
asistieron los tres Reyes.
- Y, ¿verdad que esos pajes deberían
conocer muy bien los deseos de los niños?
- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un
paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay
alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y
empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se
volvió a oír:
- Puesto que así lo habéis querido y
para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo
reciban algunos regalos, YO, ordeno que en Navidad, conmemorando estos
momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro
nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También
ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga
como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente
mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de
entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres
en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes
Magos todos son más felices.
Cuando
el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y
dando un beso a sus padres dijo:
-
Ahora sí que lo entiendo todo papá. Y estoy muy contenta de saber que me
queréis y que no me habéis engañado.
Y
corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras
decía:
-
No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que
viene ya guardaré más dinero.
Y
todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos
contemplaban la escena tremendamente satisfechos.
¡Qué duro ser niño!, pero ¡¡qué apasionante!!