lunes, 2 de febrero de 2015

De verdad de la buena

Dice el refrán que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. Sobre los primeros me reservo la opinión. Sobre los segundos puedo dar fe de que eso es así. Pero esta sinceridad se refiere más a las percepciones, a lo que les parece absurdo o extraño, a lo que cambia con respecto a sus costumbres. Por ejemplo "¿señorita, porqué te has pintado con lápiz una raya en los ojos?" haciendo alusión a mi maquillaje o "¿vas disfrazada de abeja a una fiesta?", refiriendose a un top monísimo -eso pensaba yo- de color gris marengo con rayas de lentejuelas doradas...



La sinceridad es una virtud que a todos nos cuesta respetar en algún momento de nuestra vida, porque no nos engañemos, las excusas también son una forma de mentir (aunque sea a nosotros mismos).

En el aula se viven muchas circunstancias en las que no hay nunca un culpable del llanto de un niño. Tampoco nadie se guarda en la mochila la plastilina que misteriosamente desaparece. Evidentemente, nadie rompe nada, las cosas se rompen solitas. Y los bocadillos y desayunos caen a la basura sin poder remediarlo, solo los que no gustan, eso sí.



En su libro Nuestros hijos y sus problemas, el recién fallecido psiquiatra infantil Paulino Castells dice que el niño no miente conscientemente hasta los seis años. Sin contradecir lo anterior, en varias ocasiones hemos hablado de los periodos sensitivos: aquellos momentos en los que el cerebro y la conciencia del niño están más preparados para entrenar determinadas habilidades o virtudes. Pues bien, la de la sinceridad se puede empezar a trabajar a los 3 años.

Ayudar al niño a ser sincero es una tarea complicada por varios motivos. En primer lugar, porque debemos ser modelo de sinceridad y no siempre lo somos. Por ejemplo, nos llaman por teléfono para invitarnos a una comida y atendemos la llamada con cordialidad o incluso efusividad y al colgar comentamos: "¡Qué pereza ir a comer a casa de menganito! ¡No me apetece nada!". Eso, a oídos del niño es, en el mejor de los casos, falta de inteligencia por nuestra parte: haber dicho que no. En el peor de ellos: una mentira.

En segundo lugar, es difícil porque la verdad cuesta. Reconocer el error y la culpa es duro. Sabemos que por ello no nos van a premiar. También cuesta porque para ellos es díficil establecer el límite entre fantasía y realidad. Esto se complica cuando añadimos el factor de la satisfacción inmediata: un color + una pared blanca = pinto la pared. ¿Cómo hacer que la sinceridad sea atractiva? 

  • Debemos evitarles fingimientos, la falsedad. Ser un modelo a imitar.
  • Reforzar y aplaudir siempre la sinceridad del niño.
  • Ayudar a identificar la mentira con el error y a reconducir esa conducta.
  • Expresarnos con claridad y sencillez facilita el reconocimiento de la verdad cuando el adulto habla. 
  • Razonar la sinceridad: Castells recomienda hacer comprender al niño que la verdad trae más ventajas que la mentira.
  • No etiquetar al niño de mentiroso ni de culpable.
  • Responder a sus preguntas con sinceridad.

A los 5 años, a través de la observación y la imitación el hábito ya se puede haber adquirido. Es importante favorecer la autoestima y confianza del niño para que no se presente la necesidad de mentir ante situaciones de estrés o de debilidad.

La virtud de la sinceridad es la base para muchas otras virtudes como la honestidad, la honradez, la lealtad, la amistad, la confianza, el respeto, la justicia... Además de mejorar su autoestima, confianza en sí mismo y las relaciones interpersonales.



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