jueves, 29 de enero de 2015

Una gran familia

La labor de un maestro sin la ayuda y la compenetración de la familia no vale gran cosa.

Los niños pasan por las vidas de los profesores durante un año, máximo dos. En ese tiempo somos sus referentes, su refugio, el guía a quien seguir y la persona a quien acudir de 9 a 5, pero fuera del cole la familia es lo primero.

Aunque por desgracia no siempre es así, los papás están dispuestos a hacer cualquier cosa por sus hijos, a evitarles cualquier sufrimiento.



Evitar el sufrimiento a los niños es un instinto natural y primario que sale de todo aquel que disfruta de su compañía. No obstante, hay "piedras" con las que es mejor dejar que los niños tropiecen, se caigan y reemprendan el camino, es una manera muy eficaz de aprender.

Cuando digo sufrimiento no me refiero solo al físico o al provocado por una enfermedad o muerte. Me refiero a evitarles esfuerzos y responsabilidades, a adelantarnos en actividades que ellos pueden hacer por sí mismos, a cogerles en brazos al primer puchero o a darles la mano para subir y bajar escaleras.

Quizá, resulta más útil darles las herramientas necesarias para encontrar las piedras y sortearlas, pera curarse las heridas o para reconducir sus pasos. De este modo, la regulación de la conducta lleva a un aprendizaje mucho más potente que el "dárselo todo mascado".

He comprobado que un niño al que se le otorga autonomía en algún ámbito, sonríe, se muestra más feliz (más seguro de sí mismo) y resuelve más problemas cotidianos que antes de habérsela dado. 


Despertando en los niños la satisfacción de aprender por sí mismos, observaremos en ellos más motivación e interés por seguir aprendiendo.

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