domingo, 25 de enero de 2015

Curiosos por naturaleza

El blog del diario El Pais publicó un artículo interesantísimo cuya lectura es muy recomendable: "El juego es el disfraz del aprendizaje"

Hay tres palabras que destacan al principio: emoción, atención y memoria. Para Francisco Mora, son procesos interrelacionados y vinculados al aprendizaje y al razonamiento: "la secuencia de aprendizaje arranca con la emoción, se despierta la curiosidad, se concentra la atención, el interés se mantiene y culmina con el proceso de razonamiento y aprendizaje".

El artículo presenta nuestros actos y decisiones cotidianas como un iceberg cuya parte oculta, la más grande, representa al inconsciente. El neurocientífico afirma que la mayoría de las decisiones que tomamos son inicialmente inconscientes y que no es hasta aproximadamente un segundo después que llega a nuestro cerebro consciente y es ahí donde podemos tomar la decisión de si ejecutar ese acto incosnciente o no.

Es en este punto donde entra en juego la emoción: nos decantaremos por aquella opción que nos resulte más placentera o menos dolorosa y respaldada en nuestros conocimientos previos. "El cerebro no trabaja al azar, lo que pasa es que tú no lo sabes".

En su exposición no hay lugar para la fe, Dios u otras creencias ya que es excesivamente científica. Para Mora, el ambiente, la genética (que se modifica a veces azarosamente) y la evolución histórica de la humanidad explican el desarrollo cognitivo a día de hoy.

Su propuesta neuroeducativa es clara: no podemos entender la educación obviando el funcionamiento del cerebro. En consecuencia, la neuroeducación defiende que el aprendizaje de los niños debe empezar en la naturaleza, en el parque; siguiendo los pasos de la evolución biológica de la humanidad. Según indica al artículo, para construir bien los conceptos abstractos (razonamiento) es imprescindible construir sólidos perceptos (elementos básicos de la percepción), y esto, solo puede lograrse en un ambiente natural. En los dos primeros años de vida, lo sensorial, lo perceptivo son determinantes para la construcción de los conceptos.

Cito textualmente: 
Veámoslo así: ¿qué representa una madre para un niño? El afianzamiento en el mundo, la seguridad de que las cosas son como la madre dice que son. Pues bien, a cierta edad, la edad del colegio, ese papel lo complementa el buen maestro. Cuando un maestro le dice al niño que ha hecho bien algo, el niño lo graba a fuego, lo consolida como un avance prácticamente definitivo. Y eso se debe a que el maestro activa en el cerebro del niño el refuerzo positivo, la emoción, el placer si tú quieres, con el que ancla esos conocimientos en su cerebro. Es una referencia esencial para construir su identidad. Ahí es donde debe llegar la educación. Por eso el maestro es un gran constructor de talentos. Pero, por desgracia, también un posible apagador de talentos.
 ¿Crees que somos conscientes de eso?
Pienso que no. Porque no solo se trata de que un profesor sepa o no por donde pasa este río. Es que un profesor mal preparado no parece ser consciente de su responsabilidad de enseñar a un niño, de formarlo. Y recordemos algo esencial: formarlo conlleva transformar física y químicamente su cerebro.
Todo esto es imposible si el educador (maestro o padres) no cumplen dos requisitos: ser modelo de aquello que quieren transmitir (el acto vale más que la palabra) y ser capaces de despertar la curiosidad para captar toda su atención.

Al final de la entrevista le lanzan este comentario a Mora: "Sostienes que un buen entorno de aprendizaje previo al colegio, hablándole al niño, jugando, interaccionando, contándole historias… le facilita luego la educación formal"; a lo que él responde: "Sin duda". Según Mora en el cerebro de un niño se producen millones de sinapsis diarias que, a todas luces, se sustentan en el juego que es puro aprendizaje de las bases motoras, sociales, intrapersonales (autoconocimiento) y emocionales. Lo ilustra con este ejemplo: 
Pensemos en un niño que tira el juguete, gatea y lo vuelve a coger, para volverlo a tirar. No está perdiendo el tiempo, está grabando preprogramas motores en diferentes áreas del cerebro que le servirán para toda la vida. ¿Cómo si no podría yo coger esta taza de té con total precisión y casi sin mirarla? Pues, gracias a los juegos de cuando tenía dos años y tiraba los juguetes para volver a cogerlos, entrené esos circuitos motores, los grabé en mi cerebro y ahora los utilizo constantemente.
El juego satisface la curiosidad pero a la vez, el placer que esto nos ofrece a nivel cognitivo nos impulsa a seguir conociendo. Lo mismo sucede con el error: la repetición y la rectificación hacen que un aprendizaje sea más duradero y significativo.



Lo dicho, ¡a jugar al aire libre!

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