miércoles, 21 de enero de 2015

Un metro de altura

Hoy no va de niños. Va de hombres y mujeres.

¡Qué bonita sería la vida si todos guardáramos algo de cuando justo pasábamos el metro de altura!


Lo que vemos, lo que oímos, el lugar donde vivimos de niños... todo influye en nuestra manera de ser, en nuestro carácter.

Es una lástima oir niños en la clase repitiendo palabrotas, verdaderos "tacos". Resulta fácil descubrir qué niño juega en casa o no, y quién está acostumbrado a recoger y tratar bien sus cosas y quién no. 

Cuando son un poco más mayores, en los primeros años de primaria, ya se aprecian los buenos (o malos) modales, la buena (o mala) educación que se practica en casa. El trato de respeto que se le brinda a un maestro o a un alumno delata lo que se acostumbra a vivir en la vida personal.


Al revés sucede lo mismo. Los niños llegan a casa y repiten frases, riñas o enfados que han oído en el cole, de sus compañeros o de sus maestras. Tendremos que medir bien las palabras y reflexionar mucho sobre las consecuencias de nuestras actitudes y gestos sobre ellos.

En la educación de los niños entran en juego muchos aspectos. Todo aquello, por insignificante que parezca, que hagamos (o dejemos de hacer) en presencia de un niño, marca en mayor o menor medida su desarrollo.

¿Cuántas veces habremos dicho a nuestras madres: "cuando sea mayor no haré tal cosa como tú" y al cabo de los años vemos como repetimos sin remedio lo que juramos que no haríamos jamás? O al contrario, no nos hemos dado cuenta de una determinada virtud (defecto) de nuestros padres o profesores hasta que nosotros hemos sido adultos y vemos como irremediablemente lo replicamos.

Si está en nuestras manos la educación de un niño, somos, de algún modo, responsables de cómo va creciendo interiormente ese "metro de altura".

No hay comentarios:

Publicar un comentario