domingo, 4 de enero de 2015

Me parto y me mondo

Es muy curioso observar cómo evoluciona el sentido del humor en el ser humano.

Durante los primeros meses, el bebé sonríe ante estímulos que le resultan agradables y cercanos hasta que en el cuarto mes de vida aparece la risa como respuesta a algunos de ellos. Durante los siguientes meses, buscan la reacción de su entorno en algunos de sus actos para saber si algo es divertido o no. Cuanto más autónomo es el niño (en especial a nivel motor) más circunstancias divertidas se le presentan y podrán aprender a juzgar por sí mismos si son o no divertidas.



Hasta los 3 o 4 años, la diversión estará en las incongruencias, las sorpresas, los sustos, el esconderse o esconder cosas, los golpes, las cosas que se desmontan, los sonidos extraños y las caídas. No obstante, a los 2 años los niños ya ven que hay algunas equivocaciones que son sólo para hacer reír. Se despierta el sentido cómico.

A partir de los 4 años y hasta los 7, algunos chistes fáciles y las exageraciones son la mejor de las herramientas para pasarlo bien. Esta edad es fenomenal para disfrutar (o aborrecer) de las locuras del os payasos.



Las bromas más complicadas, los dobles sentidos y las conversaciones escatológicas son "lo más" para niños de 8 a 10 años. El humor desafía las reglas: les divierte usar palabras con connotaciones sexuales o relacionadas con el control de esfínteres.


En la pre-adolescencia, los niños se decantan por los chistes, les divierte y les da protagonismo, las niñas prefieren reírse o escuchar, aunque también disfrutan con ellos.

Cuando hablamos de ironías y sarcasmos, debemos saber que al principio no existen para ellos. Aunque su lenguaje está desarrollado a los 2 o 3 años, los niños sólo comprenden las frases de forma textual. Si ante un pésimo comportamiento les decimos: "claro que vamos a ir al parque, con lo bien que te estás portando..." asumen en el acto su triunfo. Asimismo, si hace un sol espléndido y tu insistes en que llueve, se enfadan por que no entienden que no seas capaz de verlo. Poco a poco, irán viendo que "les tomas el pelo". 

Del mismo modo, no comprenden las preguntas retóricas tan típicas como: "te pones el abrigo y nos vamos, ¿vale?". A lo que responderán: "no hace falta, no tengo frío" y el adulto: "no, si no te lo preguntaba, te lo tienes que poner".

Habrá que esperar un poco para decirles aquello de "y si fulanito se tira por la ventana, ¿tu también?".

En el artículo de La Vanguardia que ha inspirado este post, podemos leer qué importancia tiene que los papás y los adultos nos riamos con los niños. Ellos son divertidos por naturaleza. Su curiosidad e ingenuidad da pie a muchas situaciones cómicas que podemos aprovechar para reír juntos. Hay que enseñar a los niños a usar el humor adecuadamente, nunca para reírse de los demás. 

Con el crecimiento se pierde la espontaneidad pero podemos ayudarles a conservar ese sexto sentido para sacar punta a cualquier situación. Reírnos de sus bromas o de sus agudezas les ayudara a no perder del todo esa picardía, no obstante, reírnos de todas sus tonterías hará que pierdan la noción de lo que es gracioso y lo que no.


La vida y la sociedad actual nos invita a estar constantemente controlando nuestras emociones en público para evitar la grosería. Estoy de acuerdo siempre que eso no sea llegar a extremos porque es tan malo desternillarse ante los demás, como mostrarse impasible con tal de ser políticamente correcto.

En cualquier caso, la risa es la mejor de las terapias. La sensación que te queda después de un buen rato de carcajadas es tan agradable, enérgica y positiva que es recomendable para todas las edades. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario