Dicen que la curiosidad mató al gato. En el caso de los niños, la curiosidad les engrandece.
No podemos permitir que los niños sean receptores pasivos del conocimiento puesto que todo aquello que no despierta interés o curiosidad, que no se vive y experimenta activamente, cae en el olvido más pronto que tarde.
Una mente curiosa da lugar a un pensamiento ágil, rápido y despierto. Pensar no es sólo recordar lo aprendido, es saberlo utilizar en el momento preciso. Es aprender a aprender nuevos conocimientos, analizar, sintetizar, reflexionar.
El niño que piensa, pregunta y SE pregunta por qué, cómo... Con ello se logra la sistematicidad, la metocidad y la objetividad ante los nuevos aprendizajes. Estos hábitos intelectuales favorecen el desarrollo cognitivo de los niños, además de otras virtudes como el orden (mental), la imparcialidad y el establecimiento de relaciones lógicas.
En años posteriores estarán listos para hacer inducciones, deducciones, observación sistemática, análisis y analogías... Hasta para discutir, argumentar, razonar...
Enseñar a pensar a un niño es una de las principales tareas de padres y maestros. Facilitándoles este aprendizaje les damos la capacidad de adquirir los otros de forma autónoma y eficiente.
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